Imagen: "Pair of Boots", Vincent Van GoghCrónica de Cualquier Zapato
Estaba un gastado zapato serenamente posado a orillas de una carretera. Miraba como quien hace dedo, y estaba feliz. Nadie se asombraría por ver algún calzado solo y abandonado en un lugar semejante, y nadie quedaría deslumbrado al no saberse único intrigado por la suerte que lo llevó hasta allí. Pero lo cierto es que pocos conocerán su odisea, y muchos menos el motivo de su felicidad.
Por más de que su solitaria travesía haya sido más larga que la de Phillias Fogg, seguro es que el motivo de su felicidad es tanto más relevante como revelador, puesto que involucra de manera directa todos los demás nobles protectores de nuestros pies que distinguen la izquierda de la derecha. De lado quedan entonces los calcetines, que por burda, tosca y forzada elasticidad, tienen la falta de personalidad suficientemente práctica como para calzar indiferentemente en cualquiera de los dos cimientos y posibles posturas de un mismo individuo.
Entonces, cualquier zapato, zapatilla, o artículo para pies que es capaz de distinguirse de su par, tiene la horrorosa suerte de tener que ser engendrado con otro, que más que su par viene a ser su opuesto, y que solo un ignaro peligrosamente poco minucioso podría considerar igual. Esa horrorosa suerte se prolonga inevitablemente durante toda la estadía del obligado matrimonio dentro de la caja en que se vende o regala. Y solo los que son adquiridos por amputados de un pie pueden zafarse de convivir con su enemigo en la etapa posterior. El resto de los desdichados está condenado a la predecible competencia del caminar de un humano, izquierda adelante, derecha adelante, izquierda nuevamente. Y su condena dura lo que su vida útil, únicamente son libres en la tercera edad, y este es el motivo de su notable felicidad en este fragmento de su vida.
Ha habido casos, en que el usuario llegó a ser tan inconcientemente cruel como para colgar el par de un cable tras haberlo unido mediante sus cordones, y son esos los pares que han accedido al infierno. Pero lo cierto es que estos últimos son la minoría, a la mayor parte se le concede la mutua emancipación.
Luego de padecer durante la flor de su vida la compañía de otro completa y exactamente opuesto a sí mismo, tanto física como ideológicamente, se pueden entregar ya jubilados de su labor oficial a buscar separadamente por donde sea a los suyos, los que compartan su cultura y condición, con los que tendrán afinidad y sana diferencia.
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A pesar de la alegría y empeño con que llevan a cabo su viaje, trágico es su final, ya que muy pocos concretan mencionado encuentro. Los hay cuya vida sucumbe ante la violencia del ferrocarril o poder destructivo semejante, pero mucho más triste es la suerte de aquellos que por infortunio se ven en algún reflejo, y tras creerse su par, se abandonan penosamente frente a alguna vidriera o a orillas de algún arroyo.
Texto: Gonzalo Martín Filón.